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Testimonio de un periodista tras una nota con dos personas con discapacidad

No niego que la rutina periodística me llevó hacia ellos casi como una obligación más. A veces, en cuestiones del trabajo diario, uno tiene la cabeza pensando más en la hora de salida que en la de entrada. Pero la experiencia –ya con varios años en esta profesión- me resultó inédita: me fui de ambas entrevistas lamentando que el tiempo hubiera sido tan corto. Me quedé con ganas de seguir escuchándolos.
Y es que hay situaciones que a uno lo tocan. Que lo hacen sentir realmente humano, que lo desvinculan –en buena hora- del odioso vértigo y las urgencias inmediatas de un mundo hecho para no pensar en nadie. O en casi nadie.
Conocer a Víctor Hugo Vargas y a Jane Cosar significó eso: dos lecciones inolvidables para aprender a vivir. Víctor Hugo empezó a perder la visión a los doce años de edad. Quedó ciego desde los dieciocho. A Jane la retinitis pigmentosa le degeneró el sentido de la vista desde los trece años. Cuando cumplió los diecisiete ya no veía nada.
Ambos entendieron que la vida no se acababa ahí. Se sobrepusieron a todo. Se hicieron profesionales. Jane formó una familia. Tiene tres hijas. Son historias reales, pero que parecen de fábula. No solo oírlos, sino comprobar su constancia y convicción, me terminó enseñando que lo peor es creerse derrotado. En cualquier situación inexplicable de la vida misma, en algún tenebroso y apartado rincón, en el más oscuro e indeseable laberinto, siempre habrá una luz. Víctor Hugo y Jane son la más irrefutable prueba de ello.

Claudio Chaparro
Periodista de la Revista Domingo del diario La República

Publicado 16/10/07

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