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Inclusión e igualdad de derechos

“¿Qué hace a una persona, persona? Si un niño nace sin cerebro, ¿deja de ser persona? Si una persona sufre un accidente cerebro-vascular y entra en coma, en estado vegetativo toda la vida, ¿deja de ser persona? ¿Podemos decir que una persona tiene más o menos humanidad que otra? Por ejemplo, Rodrigo, por tener el pie amputado, ¿tiene un 20 por ciento menos humanidad que otro que cuenta con todos sus miembros?”.
Las preguntas que lanzó la periodista brasileña Claudia Werneck, experta en el tema de inclusión, dejó como suspendido en el aire a más de uno aquella mañana. Sucede que son pocas las veces que uno se hace tales planteamientos, que podrían tomarse como exagerados y hasta innecesarios. Sin embargo, no lo son.
La exclusión de personas por motivos tan diversos como los raciales, religiosos, sexuales, idiomáticos, generacionales, económicos, sociales y físicos son aún una constante en muchas sociedades, incluso la nuestra.
Por ejemplo, sostiene Per Tamm, responsable de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de Save The Children Suecia, cuando hay personas con discapacidad, no las aceptamos como son. “Queremos corregir sus problemas. No creo que los aparatos que los ayudan sean malos; sin embargo, lo fundamental es la actitud hacia esas personas, aceptar que son diferentes. Que la diversidad entre los seres humanos es grande, que hay lugar en el mundo para todos con los mismos derechos.”
Tamm se dirige de plano a lo que busca y es, en esencia, la inclusión, en otras palabras, como lo explica Patricia Horna –consultora y asesora de proyectos sociales que trabaja actualmente en la difusión del concepto en estamentos del Estado–, el respeto por las personas tal y como son, valorar la diversidad humana, y reconocer que todos debemos participar en la sociedad, sin condiciones, atendiendo las circunstancias y necesidades específicas.
Asimismo, como advierte Claudia Werneck, las diferencias nos asustan. Mientras algunos las enfrentan e incorporan, la gran mayoría hace de éstas un pretexto para marginar, discriminar entre “ellos” y “nosotros”, y excluir no sólo en el ámbito físico.
Steve Biko, líder revolucionario y fundador del Movimiento de Conciencia Negra de Sudáfrica, asesinado en 1977 por agentes de la Policía de Seguridad del gobierno del apartheid, y que padeció discriminación por cuestiones raciales, expresó: “Si por integración entienden que la población negra entre a la sociedad blanca y que su asimilación y aceptación genere un conjunto de normas y códigos de comportamiento determinados por los blancos, entonces no estoy con la integración. Si, por el contrario, ésta significa que debe existir una participación de todos los miembros de la sociedad, buscando la total expresión del individuo en el mundo, que cambia libremente según la determinación de la misma gente, entonces la apoyo.”
Así, la inclusión va más allá de permitir la entrada de los “diferentes” al entorno del “nosotros”. Se trata de algo mucho más complejo como son los derechos humanos, afirma Malena Pineda, coordinadora del Equipo de Defensa y Promoción de los Derechos de las Personas con Discapacidad de la Defensoría del Pueblo. “Cuando la Defensoría del Pueblo promueve los derechos constitucionales de las personas y de la comunidad, impulsa también los derechos especiales de sectores prioritarios, entre ellos, las personas con discapacidad, los niños y otros grupos vulnerables. Lo que busca es que las personas se desarrollen en condiciones de igualdad y se reconozca, promueva y respete sus derechos. No se trata de un favor.”
Agrega que es necesario hacer un combate permanente contra cualquier forma de discriminación, ya que se da en todo ámbito. “Por ejemplo, cuando a un niño con una discapacidad cualquiera no se le permite matricularse en un colegio regular. No es él quien debe adaptarse a nosotros, sino la sociedad la que debe ajustarse a él.”
Todos aprenden. “Se calcula que entre tres mil y cuatro mil chicos con discapacidad estudian actualmente en colegios regulares, que se suman a los 28 mil que están en centros de educación especial”, indica María Teresa Tovar, asesora del Consejo Nacional de Educación. La experta manifiesta que, tras la primera evaluación de estas experiencias, se ha determinado que no sólo es muy positiva para los chicos con discapacidad, sino también para los que no la tienen, pues aprenden a vivir en sociedades diferentes, a admitir al otro como igual y a desarrollar actitudes de solidaridad.
“Los chicos con necesidades especiales aprenden, además, a desarrollarse en el mundo en el cual deberán vivir después, con menos dificultades para integrarse posteriormente al mundo laboral, en caso de que puedan hacerlo.”
Sin duda, el concepto de inclusión es un tema nuevo, que empieza a conocerse. La gente recién comprende lo que realmente significa. Antes, tal vez se le veía desde el punto de vista de la integración, pero inclusión resulta más que eso: es permitir que la persona forme parte de, sostiene Susana Stiglich, secretaria ejecutiva del Consejo Nacional de Integración de la Persona con Discapacidad (Conadis).
Personajes tan importantes como Ludwig van Beethoven, quien empezó a perder su audición muy joven y quedó completamente sordo o el científico Steven Hawkins, que a pesar de padecer de esclerosis lateral amiotrófica (ELA, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso que está haciendo que se quede sin voz, lo que le obliga a hablar por medio de una máquina) son pruebas de que la discapacidad no limita en absoluto las facultades de aprender y avanzar que tienen los seres humanos.
La inclusión habla de estas y todas las personas diferentes que tienen el derecho de ser partícipes de la sociedad. Esto no se circunscribe únicamente a las personas que presentan alguna limitación física, alcanza también a las que son víctimas de barreras económicas o culturales, como sucede con las personas del área rural de nuestro país. Éstas, por diversos motivos, deben dejar la escuela o estar fuera del sistema. Ellos cuentan también con el derecho de formar parte de, de ser incluidos.
La inclusión, advierte Werneck, propone una norma ética que yo la llamo de la diversidad, de valorar las diferencias y considerar que no existen personas iguales y que todos somos diferentes. “Un terreno fértil para la participación igualitaria requiere de culturas que den valor a la tolerancia y el respeto hacia otros. Es evidente que las sociedades deben hacer algo para aumentar la participación de los grupos vulnerables a la marginación y la exclusión. Esto debe aplicarse en todas las ramas de la vida social”, refiere el experto en temas educativos Sai Väyrymen en su informe Hacia una Sociedad Inclusiva.
La aplicación de la inclusión debe verse siempre como una cuestión de derechos, no de favor. De pasar de una inserción a la sociedad condicionada por determinadas características a una inserción incondicional, en la que ninguna disculpa que justifique no incluir deba aceptarse.

Ejemplos de vida
Aunque no se trate de las únicas víctimas de exclusión, las personas con discapacidad son tal vez los protagonistas de una discriminación más evidente, situación que ha empezado a cambiar en nuestro país de manera decidida, como lo demuestra la gran normativa que se ha dado al respecto (leyes 27050 y 27408).
La escuela es tal vez uno de los mejores ámbitos en los que se aprecia este cambio, como sucede en el colegio Fe y Alegría Nº 34, del distrito de Chorrillos. Allí, Arnold y Pedro, alumnos con ceguera completa, demuestran diariamente los beneficios ocultos e inesperados de la novedosa inclusión.
“Es la primera vez que trabajo con un niño así y ha sido un gran reto para mí. Me siento realmente bien porque he aprendido cosas valiosas con él”, refiere Víctor Silva, profesor del siempre sonriente Arnold Vargas, de 11 años.
Su inteligencia lingüística y la rapidez con la que escribe en su máquina braille fueron trastocando paulatinamente las lágrimas que Luisa, su mamá, ha derramado desde que perdió la vista a los 3 años, por sonrisas de satisfacción y orgullo.
La alegría que desborda en clase es sólo superada por la autodeterminación y empeño de Pedro Yucra, de 14 años.
“Lo que me asombró más de él fue su autoestima y la voluntad para salir adelante. Es un alumno que hace preguntas y es perseverante. La primera vez que lo vimos en su curso de educación física nos sorprendimos al verlo correr cogido de los hombros de sus compañeros. Todos comentábamos: ‘Allí está Pedro, poniendo de su parte.’ Estamos muy contentos de tenerlo aquí”, relata con notable entusiasmo su profesora de comunicaciones y tutora, Elizabeth Capulian.

Karina Garay Rojas
Publicado en el diario El Peruano en diciembre de 2003.
El artículo obtuvo el segundo puesto en el Premio Cruzada de Valores organizado por una AFP.

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